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Historia de Margarita Nolasco, luchadora social orizabeña (QEPD), sobreviviente del 68.
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A+ A- OSCAR PAZ SERRANO.
Orizaba Veracruz.-
Margarita Nolasco Armas nació el 20 de noviembre de 1933 en Orizaba, hija del veracruzano
Ricardo Nolasco Aguilar y de
Margarita Armas Hernández , nativa de Canarias. Su abuelo paterno, Hilario, era un anarcosindicalista español que llegó a México para trabajar en una hacienda de tabaco.
Poco después se establecieron en Orizaba, donde procrearon a seis hijos (entre ellos Margarita; uno de ellos murió a los meses de nacido). Si bien al principio ella quería estudiar medicina al igual que su esposo (con el cual se casó a los 17 años de edad), al final optó por cursar sus estudios de etnología en 1957 en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) (durante este período trabajó en el catálogo de colecciones museográficas) y, más tarde, obtuvo su maestría y luego doctorado en la
Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Posteriormente, obtuvo su posgrado en etnobotánica.
Tiempo después, se dedicó a la enseñanza en la ENAH, en la Universidad Iberoamericana y en la UNAM.
En 2000, se la galardonó con la medalla
Ignacio Manuel Altamirano por parte de la Secretaría de Educación Pública (SEP), mientras que la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística la nombró socia honoraria de la institución. Ese mismo año se convirtió en investigadora emérita de la UNAM.
Nolasco Armas fue miembro del Sistema Nacional de Investigadores, de la Sociedad Mexicana de Antropología y de la Academia Mexicana de Ciencias, además de ser fundadora del Colegio de Etnólogos y Antropólogos Sociales así como del Museo Nacional de Antropología.
Asimismo, tuvo a su cargo el Proyecto de Minorías Étnicas en el Mundo llevado a cabo por la ONU en conjunto con El Colegio de México. Varias de sus investigaciones se publicaron en numerosas revistas, donde abordó primordialmente temas como la frontera sur de México, la migración de la población indígena en el país y el período de la conquista espiritual. Uno de sus últimos trabajos consistió en una investigación sobre el movimiento estudiantil de 1968.
Se sabe que colaboró estrechamente con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, además de pertenecer al
Partido Comunista Mexicano . Murió en Distrito Federal, México el 23 de septiembre de 2008. Ese año se le galardonó de forma póstuma con el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Historia, Ciencias Sociales y Filosofía. En su 70 aniversario, la ENAH llevó a cabo un homenaje póstumo a la etnóloga donde anunció la creación de un programa de estudios para continuar con las investigaciones realizadas por Nolasco Armas en vida.
Cabe señalarse que en ese Estado la investigadora ayudó en la publicación de un Atlas etnográfico que aborda las costumbres y forma de vida del pueblo otomí.
Fue también, sobreviviente de la noche de Tlatelolco. Y madre de
Carlos Melesio Nolasco , historiador.
Madre e hijo, a unos metros una de otro, vivieron esa noche terrible en el edificio Chihuahua. Entrevistada por Elena Poniatowska para su Noche de Tlatelolco, esto es lo que vivió Margarita aquella noche en la que presenció la matanza y sufrió la incertidumbre por la suerte de su hijo, entonces estudiante de secundaria.
Así lo cuenta Margarita:
"Recorrimos un piso tras otro y en la sección central del Chihuahua, no recuerdo en qué piso, sentí algo chicloso bajo mis pies. Volteo y veo sangre, mucha sangre y le digo a mi marido: "¡Mira Carlos, cuánta sangre, aquí hubo una matanza!" Entonces uno de los cabos me dice: "¡Ay, señora, se nota que usted no conoce la sangre, porque por una poquita que ve, hace usted tanto escándalo!" Pero había mucha, mucha sangre, a tal grado que yo sentía en las manos lo viscoso de la sangre.
"También había sangre en las paredes; creo que los muros de Tlatelolco tienen los poros llenos de sangre. Tlatelolco entero respira sangre. Más de uno se desangró allí porque era mucha sangre para una sola persona.
"Yacían los cadáveres en el piso de concreto esperando a que se los llevaran. Conté muchos desde la ventana, cerca de sesenta y ocho. Los iban amontonando bajo la lluvia... Yo recordaba que Carlitos, mi hijo, llevaba una chamarra de pana verde y en cada cadáver creía reconocerla... Nunca olvidaré a un infeliz chamaquito como de dieciséis años que llega arrastrándose por la esquina del edificio, saca su pálida cara y alza las dos manos con la V de la victoria. Estaba totalmente ido; no sé lo que creería, tal vez pensó que quienes disparaban eran también estudiantes. Entonces los del guante blanco le gritaron: "Lárgate de aquí, muchachito pendejo, lárgate, ¿qué no estás viendo? Lárgate." El muchacho se levantó y confiado se acercó a ellos. Le dispararon a los pies pero el chamaco siguió avanzando. Seguramente no entendía lo que pasaba y le dieron en una pierna, en el muslo. Todo lo que recuerdo es que en vez de brotar a chorros, la sangre empezó a salir mansamente. Meche y yo nos pusimos a gritarles como locas a los tipos: "¡No lo maten!... ¡No lo maten!... ¡No lo maten!" Cuando volteamos hacia el pasillo ya no estaba el chamaco. No sé si corrió a pesar de la herida, no sé si se cayó, no sé qué fue de él.
"Yo no entendía por qué la gente regresaba hacia donde estaban disparando los tipos de guante blanco. Meche y yo —parapetadas detrás del pilar— veíamos cómo la masa de gente venía gritando, ululando hacia nosotros, les disparaban y se iban corriendo, y de pronto regresaban, se caían, se iban, venían de nuevo y volvían a caer. Era imposible eso, ¿por qué? Era una masa de gente que corría para acá y caía y se iba para allá y volvía a correr hacia nosotros y volvía a caer. Pensé que la lógica más elemental era que se fueran hacia donde no había balazos; sin embargo regresaban. Ahora sé que les estaban disparando también de aquel lado."
"Las escaleras se veían mojadas, tanto por la lluvia como por la sangre, que hacía que al caminar se sintiera el piso pegajoso. Salimos del edificio, y al cruzar vimos grupos de soldados aventando como bultos los cuerpos de los estudiantes y personas fallecidas todos envueltos en cobijas, dentro de los camiones militares. Vi que mi hijo pequeño se retrasaba y volteaba a ver hacia los camiones, por lo que lo jalé hacia mí y con mi mano en su cara traté de evitar que viera era terrible acción. Pasamos por un primer cordón de tipo militar, quiénes nos preguntaron quiénes éramos y adónde íbamos. El militar que nos había sacado respondió rápidamente y nos dejaron pasar. Vino un segundo cordón, este compuesto por ganaderos y policías, quienes nos gritaban que no podíamos salir y que nos regresáramos. Pero el militar que nos acompañaba habló con un superior de ellos quien les dio la indicación de que nos dejaran salir. Pasamos el cordón, el militar se quedó y nosotros nos dirigimos hacia la Avenida Reforma, donde tomamos un taxi hacia mi casa. En el camino Meche y yo le gritábamos a cuanto paseante veíamos que en Tlatelolco estaban matando estudiantes, y a los voceadores callejeros que regresaran a sus periódicos y denunciaran los hechos, sin respuesta alguna.
"Llegamos a la casa, y mi preocupación eran mis otros dos hijos. Afortunadamente ahí estaba mi hija mayor, pero no mi segundo hijo, Carlos. Llamamos por teléfono buscándolo en la casa de sus amigos y nos enteramos que había asistido al mitin en la Plaza de Tlatelolco. Desesperadas, contamos todo lo que habíamos visto, y le dije a mi esposo que teníamos que buscar a nuestro hijo, que teníamos que regresar. Inmediatamente mi marido y mi padre estuvieron listos y salimos, y poniendo toda nuestra esperanza en encontrarlo bien y a salvo. Aun entonces, me era difícil pensar que el gobierno déspota, represor, intolerante y perverso como era, pudiera llegar a ese nivel, acometer esos crímenes, esas barbaridades, todo por sostener un sistema corrupto y retrógrada, y por "mantener limpio" un evento internacional, paradójicamente dedicado a la paz y a la armonía, como eran los Juegos Olímpicos, a inaugurar 10 días después, el 12 de octubre de 1968."
Fundadora del Museo Nacional de Antropología, asesora del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), autora de un sinfín de artículos que denuncian la compleja y difícil situación de los indios de México, la etnóloga
Margarita Nolasco Armas fue designada ganadora del Premio Nacional de Ciencias y Artes 2008 en el área de filosofía e historia, el mismo año en que la muerte la sorprendió llena de proyectos.
Tenía 75 años y ninguna intención de jubilarse.
Se dice que en ella está inspirada la escena que aparece en la cinta Rojo amanecer, de la madre desesperada llamando a su vástago, pues su testimonio fue recogido por Elena Poniatowska en su libro La noche de Tlatelolco.
Es precisamente
Juan Carlos Melesio Nolasco quien narra que su madre, desde muy joven, fue tachada por su familia de rara, porque, si bien se casó a los 17 años, nunca dejó de estudiar y trabajar, ni cuando tuvo a sus hijos. Cuando cursaba la preparatoria conoció a Carlos, su esposo, con quien compartió el sueño de dedicarse a la medicina.
Pero una experiencia muy traumática con niños quemados la hizo dejar la carrera, explica Juan Carlos: "un día, mi madre descubrió la escuela de antropología y se metió a estudiar. A principios de los años 60 terminó la carrera y empezó a trabajar en el museo de antropología de aquellos tiempos, que estaba en la calle de Moneda 13.
Siempre le gustó su trabajo. Empezó como catalogadora de colecciones museográficas y después como investigadora en el Instituto Nacional de Antropología e Historia; se iba de trabajo de campo y a nosotros, niños, nos decía que se iba a ver a los indios.
Margarita Nolasco perteneció al grupo llamado Los siete magníficos de la antropología, integrado por Guillermo Bonfil, Enrique Valencia, Arturo Warman, Mercedes Olivera, Rodolfo Stavenhagen y Ángel Palerm, "que también por aquella época sacó un libro que marcó todo un cambio, o por lo menos una revisión, de las políticas hacia los indios del país.
"Cuestionaban el paternalismo del indigenismo. El artículo de mi madre hablaba de la descontextualización histórica del indio; en pocas palabras, decía que no hay que ser paternalista con ellos, tacharlos de atrasados ni ayudarlos a que se ‘civilicen’. Propone que simplemente hay que dejarlos de explotar y permitirles que, como cualquier ciudadano, hagan lo que se les pegue la gana con respeto a su cultura."
No obstante su activismo social, pues también perteneció al
Partido Comunista Mexicano , Nolasco nunca se consideró feminista, afirma su hijo: decía que las feministas piden permiso y ella no lo hacía; sólo asumía la igualdad. En los años 70 formó la Unión Nacional de Mujeres Mexicanas, con Martha Tamayo, Raquel Tibol y Laura Bolaños, entre otras.
Juan Carlos, inspirado por su madre, estudió historia. De niños pasábamos nuestras vacaciones en las pirámides de Teotihuacán durante días, mientras mi mamá se dedicaba a hacer sus investigaciones, pues su tesis de maestría tenía que ver con la tenencia de la tierra en esa zona, comenta.
Uno de los momentos que más entusiasmaron a Nolasco, no sólo como académica, sino por su enorme compromiso social, fue el surgimiento del EZLN, algo que ella, al igual que muchos de sus colegas, ya preveía.
Fue muy importante para mi madre, porque ya en los años 70 había trabajado en la creación de proyectos de educación bilingüe y bicultural. Por eso la entusiasmó mucho el movimiento y desde el principio se comprometió con el EZLN. En 1995 se fue de asesora a las mesas de San Andrés.
La investigadora estaba ilusionada porque sabía que se había propuesto su candidatura para el Premio Nacional de Ciencias y Artes: quería gastarse el dinero con nosotros, imaginaba que iríamos de viaje a Egipto. Aunque no le gustaban los homenajes: cuando supo que haríamos una revista dedicada a ella, en el contexto de los 70 años de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, no le gustó la idea, sentía que esos reconocimientos eran para las personas próximas a morir.
En una de sus publicaciones periódicas, el INAH dio a conocer ese artículo acerca del movimiento estudiantil del 68 que Nolasco redactaba cuando le sobrevino un ataque cardiaco.
En el tintero quedaron varios trabajos, pues ella "tenía proyectos como para 20 años más; trataremos de irlos publicando. Por ejemplo, se interesó por la historia de los jesuitas y se dedicó a transcribir del español antiguo al moderno muchos documentos coloniales, ahí están, con comentarios y todo.
"Fue muy inquieta, trabajó cuestiones urbanas, indios en la ciudad, migración, niños. Dejó inconclusa una actualización de su libro Café y sociedad en México (Centro de Ecodesarrollo, 1985). Nos han pedido publicar sus obras completas; eventualmente lo haremos."
Juan Carlos recuerda que en diciembre pasado, cuando aún no se reponían de la tristeza por la repentina muerte de su madre, les llegó la noticia de que la etnóloga había sido galardonada por el gobierno federal.
"Nos enteramos de que el jurado ya tenía su decisión desde septiembre, y que luego de saber de la muerte de mi madre decidieron sostener su fallo. Me dijeron que desde mediados de los años 40 no se había dado un premio nacional post mortem. Para nosotros fue un sentimiento muy raro, mucho gusto y tristeza, pero a raíz de este galardón creo que podremos publicar muchas cosas que dejó. El premio, en su totalidad, será para mi padre, con quien iba a cumplir 60 años de matrimonio en 2009."
Las cenizas de Margarita Nolasco presiden la sala de su casa, colocadas sobre la chimenea, bajo un enorme sol de barro de Metepec que tanto le gustaba y que la acompañó por más de tres décadas.
03/10/14
Nota 113463