Ismael Rodríguez se ufanó de ser un innovador y de no haber tenido patrones, pues trabajó ´c

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México .- Ismael Rodríguez, el creador del mito Pedro Infante, adorador de Pancho Villa, gozoso hacedor de "chifladuras osadas" en la pantalla grande, realizador de cintas memorables y eternamente transitables, el rey del melodrama y la truculencia mexicana, nos dijo adiós.

Durante su larga carrera detrás de las cámaras filmó 70 largometrajes hizo de todo "sólo me faltó pornografía, pero no por falta de ganas", decía. Se consideró un adelantado de su tiempo y, por ello, incomprendido.

Nació un 19 de octubre de 1917 en la ciudad de México. A los 12 años fue niño actor en películas experimentales en Los Ángeles, California. A los 17 comenzó a colaborar con sus hermanos mayores, Joselito y Roberto (pioneros del sonido en la industria del cine nacional) como chinchihuilla (mozo de staff) y luego estudió fotografía con Jorge Sthal padre.

Estudió en el Radio-Television Institute, de Los Ángeles, donde diseñó y construyó un nuevo sistema de sonido. Con ello retornó a México para sonorizar diversas cintas y participar con sus hermanos en la fundación de la productora Películas Rodríguez SA, una de las más importantes de la industria de los 40 y plataforma de lanzamiento de no pocos cineastas, técnicos y estrellas que han sobrevivido hasta la fecha, gracias a que para la televisión, son caballitos de batalla de su transmisión.

"En el cine soy maestro de todo y oficial de nada, porque conozco todos sus aspectos", dijo a esta reportera en una entrevista en 1992, cuando recibió el Ariel de Oro por su trayectoria, el único de su larga carrera: "Nunca gané ninguno como director porque era muy joven en los tiempos de los Arieles y no me tomaban en cuenta aunque estuviera en las ternas. Pero eso nunca me importó, mi trabajo es para el pueblo, no para los superintelectuales que están podridos en cultura y me odiaron".

Hombre lleno de intuición y olfato para la taquilla, fue un precoz director. Debutó a los 22 años con ¡Qué lindo es Michoacán! (1942). En su tercer largometraje, Escándalo de estrellas (1943) se encuentra con Pedro Infante: "La película quedó flojísima pero me enseñó lo que no debía de hacer. Nunca perseguí crear estrellas, pero me encontré con un gran actor: Pedro. Comenzamos juntos y estábamos verdes, pero él tenía gran facilidad y disciplina para hacer lo que se le pidiera. Quería ser un gran director y nunca se me ocurrió que con ello iba a poner una fábrica de estelares. Hice las cintas; el pueblo, los ídolos. Fue la gente quien elevó a Pedro, no yo".

En 1947 dirige Nosotros los pobres que se convierte en un éxito taquillero y en la consagración definitiva de ambos. Comenzó las entonces polémicas secuelas de sus filmes: "Se me acusó de truculento, de melodramático, de que segundas partes nunca fueron buenas, pero lo cierto es que me adelanté 30 o 40 años, si no fíjese en el cine de hoy. De toda mi producción, por lo menos 50 por ciento la hice con Pedro, pero con él también procuré hacerlas diferentes". Así filmó cintas como Ustedes los ricos (1948), Los tres García y Vuelven los García (1946), A toda máquina y Qué te ha dado esa mujer (1951), en la que sin quererlo aceptar, bordada sobre tema gay ("¡cómo se le ocurre!, si los personaje eran bien machos y mujeriegos", dijo molesto) o clásicos como La oveja negra (1949), "qué duelo de actores, ¿verdad?, entre Pedro y Fernando Soler"; y Dos tipos de cuidado (1952), "en que conseguí lo que nadie: reunir a Infante y Jorge Negrete".

"Por mi chifladura cometí muchas osadías como traer un actor japonés (Toshiro Mifune) para que hiciera de mexicano, en Ánimas Trujano (1961), pues quería que nuestro cine llegara al Oriente; o de poner al Indio Fernández como el galán de las dos más grandes estrellas: María Félix y Dolores del Río, en La cucaracha (1958). También por eso logré lo imposible: hacer que apareciera una actriz muerta en una película, Pepe ´El Toro´ (1952). Buscaba que se sintiera la presencia de Blanca Estela Pavón a través de la foto y las velitas prendidas y, ¡funcionó! Chifladuras que tiene uno".




Fue un enamorado de Pancho Villa

La Revolución Mexicana fue uno de sus temas. "Siempre fui un enamorado de Pancho Villa, por eso hice tres películas sobre él", que nada tenían que ver con el Centauro del Norte, por cierto. "Soy un sentimental del corazón, eso me hace más humano y me ayuda a entender el melodrama. Nunca filmé nada sobre política, porque conocí presidentes a los que les gustaban mis películas. Mi padrino cinematográfico fue Lázaro Cárdenas y hasta le dediqué una de mis cintas", decía.

A finales de los 50, Rodríguez comienza una saga muy ambiciosa, no siempre bien lograda (El hombre de papel o El niño y el muro) y gana algunos premios internacionales. Poco más tarde, dirige una de sus obras maestras Los hermanos del hierro (1961): "Siempre me gustó experimentar. Le pedí a Ricardo Garibay que hiciera el guión y que, sin olvidarnos de las 20 canciones que debía cantar Tony Aguilar, me interesaba hacer un western que, como género, es 90 por ciento de acción física y 10 por ciento de valores humanos, pero quería que lo hiciéramos al revés. Quedó algo duro que no gustó, aunque fue propuesta para el Globo de Oro. Fue la única de mis películas que fracasó en su estreno porque no la comprendieron. Tiempo después cuando salió El bueno, el malo y el feo, los cineclubistas la buscaron y la llamaron antiwestern: se recuperó y muchos la consideran mi mejor película".

Rodríguez buscaba "mostrar valores humanos creíbles, sencillos. Por eso mi material llegó a toda la gente: se identificaba con él. Nunca intenté desmitificar o hablar del macho en sí, porque es una cuestión de caracteres, y para mí los personajes deben ser interesantes y humanos". Pocas veces escribió sus guiones: "Soy la negación de lo que puede ser un escritor, pero como director, tuve la facilidad de hacer el movimiento escénico pensando en todos los aspectos. No tuve maestros, pero aprendí de muchos, sobre todo de los malos, que me enseñaron lo que no debía hacer".




Se refugió en el cine bodrio

Para fines de los 60, se refugió en el cine bodrio de la época e hizo La mujer del carnicero, Faltas a la moral, Ellos trajeron la violencia, Dos tipas de cuidado, que sólo por momentos dejan ver lo mejor de este realizador, quien siempre se ufanó de haber sido "mi propio patrón. Salvo en dos ocasiones, siempre he dirigido con la chequera en la mano". Abandonó los sets en el 88 debido a una enfermedad de la que se recuperó lentamente. En los inicios del 93 anunció una nueva trilogía sobre la justicia en México, de la que habló con vehemencia durante la IX Muestra de Cine Mexicano en Guadalajara, en la que se le rindió un homenaje. La primera cinta la presentó al año siguiente. Se vio a un Rodríguez con su misma singularidad narrativa, pero que, 40 años después no había evolucionado en el manejo de personajes ni de actitudes morales. Más que un filme, Reclusorio 1, fue un sermón. Y así fueron sus secuelas.

Don Ismael, sin embargo, estaba feliz. Tenía las historias que sacó de la vida real; consiguió recuperar a actores perdidos que fueron estrellas en su tiempo. Le encantó romper el maleficio que decía tener de "mis mejores ideas no se realizan", pues la película que iba a hacer con Pedro Infante, donde haría cinco personajes, la canceló su muerte. Lo mismo le sucedió con Cantinflas con quien preparaba La triple A (Alcohólicos, Anónimos Arrepentidos). Así murió paladeando el éxito de antaño, que ya no recuperó en su retorno.

Era una de las pocas leyendas vivas de nuestro cine. Ahora, solamente queda la historia.

10/08/04 Nota 25698 

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