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Perdí a uno de mis hijos, al otro día murió mi nuera.
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Juan Santos Carrera .
Hasta allá caminó
Guillermo Mejía Peralta , ensuciando sus botas negras, el pantalón del mismo color y con la camisa azul de manga larga mojada a causa de la lluvia; entre el lodo, a unos pasos de la carretera, a unos metros del lugar del siniestro; allí obtuvo el reclamo de una mujer que sufre, que llora, que exige y que nadie escucha.
"Nosotros éramos pobres, pero éramos una familia completa, sanos, éramos felices; perdí a uno de mis hijos, al otro día murió mi nuera; mis nietos tienen la vida destrozada; la gente se ha olvidado de mis niños. 100 pesos diarios que nos da PEMEX no sirven ni para comer".
Interrumpida por el llanto, la señora Irene Arcos recordó aquel fatídico día; la tarde que llevará en la memoria hasta el último de los días de su vida; lamentó que PEMEX no se haya tomado la molestia de proteger los ductos que cruzan las riberas del Río Chiquito al descubierto, expuestos a lo que ya sucedió hace un año.
"A mi me duele lo que vinieron a hacer, ¿para que? ¿Por qué no una misa para dar gracias y pedir fuerza? Si por mi fuera iba y pisoteaba esa corona, no lo hago por respeto"
Junto a ella, con la mirada curiosa, inquieta como cualquier pequeño; se encontraba
Esmeralda Mendiola López , un pequeñina de dos años y medio de edad; causó admiración, dolor, tristeza, un sentimiento indescriptible.
Su rostro es la muestra fehaciente de la capacidad destructiva de PEMEX; desecho, destruida a causa de quemaduras de primer, segundo y tercer grado ocasionadas por la explosión de los ductos de la paraestatal.
Tiene mechones de cabello al frente de la cabecita; la piel es rosada porque muestra una piel delicada; no tiene parpados, no tiene oídos, no tiene nariz. La boquita esboza un pequeña sonrisa, apenas perceptible, dos bolitas negras asoman entre las cuencas semicubiertas por piel estirada, restos de 12 operaciones reconstructivas.
En el brazo izquierdo luce vendas, cicatrices; en las manos no hay dedos, fueron devorados por las flamas; acaso quedan los troncos de lo que una vez fueron las manos que de manera tierna acariciaron el rostro de su madre, de su padre y su abuela, hoy perdieron sensibilidad y nunca volverán a ser igual.
La vista posterior es igual o más aterradora; no tiene cabello, sí muchas manchas producto de las quemaduras; mechones de cabello apenas nacen bajo su nuca, a los costados. Con un negro futuro por delante, recuerda todo lo que pasó el 5 de junio, no habla bien, apenas balbucea, pero a su madre le dice con sinceridad "Te quiero mucho mamita"
Palabras que a la señora
Paz López Acosta de 22 años de edad, rompen el corazón, desgarran el alma y hacen que el rostro se endurezca ante la impotencia de no poder hacer nada.
06/06/04
Nota 23022