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Dos pequeños con el rostro desfigurado, recuerdan el 5 de junio del 2003.
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Juan Santos Carrera .
Nogales, Ver. -Como si presagiara el dolor de cientos de familias, el cielo lloró y acompañó a los habitantes de la marginada comunidad de La Balastrera, municipio de Nogales, al conmemorar éste sábado 5 de junio, el primer aniversario luctuoso de la tragedia que enlutó decenas de hogares ante el desbordamiento del Río Chiquito y las explosiones de ductos de Petróleos Mexicanos.
El recuerdo de miles de casa destruidas, de decenas de muertos, del agua corriendo por las calles de Nogales y Ciudad Mendoza, inundando casas, arrastrando coches, animales, personas, del terror, del dolor y la tragedia causada por la fuerza incontenible de la naturaleza.
Desde temprana hora en ésta comunidad el día no fue igual a los demás; en el aire se respiró el dolor, el llanto, la angustia, el temor y el nerviosismo que las tres mil familias que habitan aquí sufren desde hace un año.
El canto de las aves no fue el mismo; el ladrar de los perros no era de furia, más bien de dolor, de pena, de tristeza; el cielo amaneció ennegrecido por las nubes; en los hogares la música cesó; solo el llanto de algunos niños huérfanos, de viudas, de padres que perdieron a sus hijos y otros más que los tienen con vida aún sin vivir, aún sin tener futuro alguno, se escuchó muy a lo lejos, casi ahogados.
Acompañado de sus compañeros ediles José torres Serrano,
Ángel Martínez Sebastián , Antonio Hernández,
Luz Maria Méndez y varios empleados de confianza, el alcalde
Guillermo Mejía Peralta y directivos de la paraestatal dieron inicio al acto luctuoso a las 10 de la mañana, a un costado de los temidos y peligrosos tubos de PEMEX que transportan combustoleo, gas y gasolina, a unos metros del lugar que el 5 de junio del 2003 a las 7:45 de la tarde, se convirtió en el infierno cuando tras una fuga de combustible, se originó una explosión que arrasó con cosechas, viviendas, carros y sobre todo, con vidas de personas inocentes.
Entre el lodo y una alfombra de cemento que PEMEX coloca en el lugar supuestamente para proteger la tubería de posibles nuevas barrancadas como conoce la gente a las avalanchas de piedra, lodo y agua, la marcha fúnebre comenzó a tocar la banda de guerra del COBAEV, al mismo tiempo, del cielo cayeron pequeñas gotas de agua, una leve llovizna que dio al escenario un aire tétrico, lúgubre.
A lo lejos, en las reconstruidas casitas de madera, de techo de lámina, sin servicios de agua potable, acaso de energía eléctrica, con pisos de tierra y aun con huellas del humo causado por la explosión; en las ventanas, los rostros de gente humilde, marcado por el rictus de impotencia y dolor ante las autoridades de PEMEX que los han abandonado, que los trata como limosneros y que busca no apoyarlos.
Allí, en una casa humilde, habilitada en el frente como pequeña fonda, en los dos cuartos de atrás como habitación y la otra como cocina, la imagen de una mujer de edad avanzada, con un vestido café y un delantal rosado con encaje blanco, de cabello largo y cano, de tez arrugada y mirada sombría los observa; su nombre:
Irene Arcos Crescencio .
06/06/04
Nota 23023