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El ciudadano Andrés Manuel López Obrador olvidó hacer las honrosas excepciones.
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A+ A- Guillermo H. Zúñiga Martínez
Los mexicanos reclaman seriedad y respeto de cualquiera que desee gobernarlos. Esta afirmación la comparten, seguramente, quienes aún tienen la esperanza de que la nación cambie para bien; la evoco porque hace apenas unos días algunos xalapeños escucharon a un político que fue Presidente del PRI en el hermano Estado de Tabasco; a una persona inquieta y bien posicionada en los medios; estuvieron atentos al mensaje de quien pretende dirigir y administrar las complejas funciones del gobierno federal; saludaron al tabasqueño que visitó nuestra tierra y lo primero que hizo fue mancillar a hombres y mujeres dedicados al servicio público. La diatriba fue dirigida a todos, a autoridades federales, estatales y municipales; además, siendo exigente, insultó también a la iniciativa privada.
¿Qué le da el derecho de venir a denostarnos; él, que quiso tomar por asalto instalaciones petroleras en perjuicio de la nación? Cómo se atreve, si irrefrenablemente impidió la transparencia del uso de los recursos financieros y hasta la fecha es un misterio el costo de las pocas obras que ordenó se hicieran en el Distrito Federal.
El ciudadano
Andrés Manuel López Obrador olvidó hacer las honrosas excepciones, que las hay y en abundancia. Ofender, así como lo hizo, en términos generales, es sinónimo de irresponsabilidad. Nadie puede ni debe medir con la misma vara a todo ser humano relacionado con el ejercicio de las tareas públicas.
López Obrador acostumbra esos desplantes. Aún recordamos los agravios destinados a los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, a los diputados y senadores al Congreso de la Unión y al
Poder Ejecutivo Federal . Cree que puede llenar de injurias a quien se le ocurra, como si el fuera un ser impoluto e inmaculado. ¡No! Está muy equivocado este político mercadotécnico.
Considera que, con el paso del tiempo, se han ido perdiendo en la memoria colectiva los Bejaranos, los Ponces, uno su secretario particular y el otro su colaborador de más confianza como Secretario de Finanzas del Gobierno del Distrito Federal; el primero grabado en cinta de video cuando recibía cínicamente fajas de billetes y el segundo filmado en Las Vegas gastándose los dineros del pueblo. De ambos casos vergonzosos el ciudadano López Obrador "nunca tuvo conocimiento". En cambio, Rosario Robles, su amiga y copartidaria, apenas el miércoles pasado -en el programa que conduce la señora Aristegui-, declaró con cierto sarcasmo en la voz y en la forma de expresarlo, que a "él sí se le cree" cuando ha mentido propalando que nada sabía sobre la brutal corrupción de sus aliados, a quienes dio cargos en su administración.
En Veracruz -el Estado de todos- han actuado en el transcurso del tiempo cientos de funcionarios honrados, que nunca usaron, como él, trajes Hugo Boss ni relojes marca Tifany; políticos que no utilizaron carros compactos mientras sus familiares, como los de él, se transportan en camionetas blindadas, y que no contrataron a choferes con sueldos estratosféricos ni hicieron negocios con la obra pública. Si posee información de quienes robaron, lo ideal es que los señalara por sus nombres, eso sería un acto de arrojo, como también lo sería comprobar su dicho y recurrir a los tribunales.
Efectivamente, esta es una entidad que lo tiene todo, pero es obtuso proferir que "todos han robado". Lo menos que esperan muchos veracruzanos es una disculpa que no llegará porque el ciudadano López Obrador cree y afirma que "jamás se equivoca y nunca es culpable de nada".
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12/09/05
Nota 37955