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El sueño de Bolívar.
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A+ A- Guillermo H. Zúñiga Martínez
Con la obligación de transferir la investidura de Presidente del Congreso Internacional de Municipio y Medio Ambiente, con el que me habían distinguido alcaldes europeos y latinoamericanos, en la hermosa ciudad de Málaga, España, en el año de 1990, tuve la necesidad de trasladarme a Venezuela para entregar el honroso cargo a Claudio Fermín, a la sazón Presidente Municipal de Bolívar.
Al llegar a Caracas, una de las actividades más importantes que deseaba realizar era visitar la tumba de Simón Bolívar, objetivo que logré con una gran satisfacción porque observé pormenores del mausoleo que sus coterráneos erigieron en su memoria; además tuve el atrevimiento de abordar la tribuna que utilizó en vida el mensajero de la paz y de la concordia hispanoamericanas. Me causó una sincera y profunda emoción contemplar otro sepulcro donde descansan, por voluntad del Libertador, los restos de quien fuera su maestro y guía, el pedagogo y escritor
Simón Carreño Rodríguez , que se preocupó por educarlo en el ejercicio de los auténticos ideales de la libertad. Eso habla de manera excelsa del revolucionario, que naciera el 24 de julio de 1783.
Allí, en la casa museo en honor de hombre tan grande, me entregué brevemente a las reflexiones sobre las luchas que libró con todo éxito para darle razón de ser y de existir a muchas naciones de nuestro continente. Indudablemente que Bolívar pensaba en la unión de los pueblos que había liberado, borrar las fronteras, unificarlos para efectos de carácter comercial y monetario, que pudieran convivir y trabajar en la defensa de su pasado y en los valores de su presente. Había jurado, en el monte sacro de Roma, el 15 de agosto de 1805: "No daré descanso a mi brazo ni reposo a mi alma hasta que no haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español".
Como es de sobra conocido, el actual Presidente de Venezuela ha afirmado, a mi manera de ver irresponsablemente, que es un seguidor de Simón Bolívar, pero qué lejos está de poder siquiera imitarlo, porque con sus desplantes callejeros ofende la memoria del ilustre personaje.
El sueño de Bolívar no se ha podido realizar por condiciones humanas precarias como las que exhibió recientemente el dirigente venezolano; se aprecia que las ofensas fueron de carácter personal para el señor Vicente Fox, quien -por cierto- debería presentarse en los foros extranjeros con mensajes previamente preparados para no provocar tensiones y atroces gazapos que obstaculizan la unidad latinoamericana.
Para emular a Bolívar se necesitan convicciones, formación, amor por la libertad y por la concordia entre las naciones y, para enfatizar lo que afirmo, deseo transcribir las expresiones de un verdadero maestro de la política internacional, como lo es el
Embajador Emérito Francisco Cuevas Cancino, quien en su libro "Estudios Bolivarianos" sostiene: "Yo creo en Bolívar, y como creyente he decidido edificarle un templo. A la acusación de idolatría responderé sin ambages: en cuanto amo excesivamente a Bolívar soy en efecto idólatra. Y si los griegos de la época de Cristo edificaban templos en honor del Dios desconocido, ¿se me negará a mí el derecho de levantar un templo al hombre más luminiscente del nuevo mundo? Sin él, las multitudes que lo precedieron y las muchedumbres que lo han sucedido, se hallarían en la semi-oscuridad".
Cómo hace falta difundir la doctrina e ideales del insigne héroe, porque de esa manera se orientarían políticos improvisados que manchan la historia con discursos y actos absurdos.
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21/11/05
Nota 39609