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Caleidoscopio.
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A+ A- Ejercicio de imaginación
Por:
José Luis Barragán Fabián .
Primer giro. Introducción:
En vísperas de un año 2006 que eminentemente será electoral, invito a Usted, selecto y amable lector, a que hagamos un ejercicio de imaginación. Para ello le pido que me siga paso a paso y me permita llevarlo en un viaje por el tiempo.
Una vez acomodados y relajados, imaginemos que estamos en el momento preciso de la elección presidencial; mejor aún, ubiquémonos en el día previo al 2 de julio, en que la nación manifestará democráticamente su voluntad para determinar quien llevará las riendas del país en los próximos seis años.
Toda la República está a la expectativa, máxime que la campaña electoral ha tenido de todo, desde la efervescencia hasta la angustia, sin faltar los roces, golpes bajos y difamaciones que estamos acostumbrados a observar entre los participantes en contiendas de este tipo. Todo sea por el empeño de conquistar el favor del electorado. Tres han sido los candidatos elegidos para competir en este proceso, catalogado por muchos como histórico y vamos a mencionarlos como C, L y M.
Segundo giro. Candidato C:
Este personaje era el favorito del Presidente de la República en turno, quien venía haciendo campaña a favor del candidato C de manera constante; pero no sólo eso, pues se sabe que este político aprovechaba su posición relevante como Secretario en el Gabinete, creando redes de partidarios por toda la nación y financiadas por el erario público, según se decía.
Algunos señalan que el candidato C es un advenedizo, con pocos años de experiencia política. Ya participó en una elección y fue derrotado. No obstante, al perder salió ganando porque fue invitado al Gabinete presidencial, desde donde preparó por mucho tiempo su candidatura.
El candidato C es de buena y aristocrática familia, cuyo apellido es de abolengo. Sus finas maneras y educados modales llaman la atención. El titular del Poder Ejecutivo literalmente lo adora y como él más o menos ha podido con el paquete de hacer avanzar al país en esta primera oportunidad de un Gobierno democráticamente electo, está seguro que el candidato C sí podrá hacerlo, máxime que es un hombre distinguido y con buenas relaciones.
Tercer giro. Candidato L:
Con gran dificultad para hablar y con pocas luces en el escenario político, el candidato L es un hombre con ideas calificadas por muchos como populistas y peligrosas. Sus partidarios dicen que es el ídolo del pueblo, que lo aplaude y lo sigue porque es parte de ellos, habla y piensa como ellos.
El candidato L no oculta sus deseos de ser Presidente y, por su ambición, se ha rodeado de las más despreciables figuras políticas (cuyas ideologías son abiertamente contrarias al interés de una nación que acaba de obtener sus derechos y que está aprendiendo a ejercerlos). Además de ineptos, los hombres de este personaje tienen fama de corruptos, de aborrecer a las clases sociales acomodadas y de ser tránsfugas de otros Partidos.
Tras amenazar con el estallido social si se le obstruía el acceso a su candidatura (lo que estuvo a punto de llevarlo a la cárcel), el candidato L fue dejado en libertad con la intención de derrotarlo en las urnas. No sobra decir que la gente que rodea a este político no acepta transacción alguna por el poder absoluto y que buscan imponer un modelo que, según ellos, desea la mayor parte de la población, formada por los pobres y desposeídos.
Cuarto giro. Candidato M:
En realidad es un emisario del pasado, representante del régimen aplastado por la voluntad nacional. El candidato M no oculta su predilección por las virtudes y bondades que tenía el antiguo orden de las cosas. Más aún, pregona que sólo hombres como él tienen la capacidad y la experiencia de gobernar a este país que necesita de la tutela de gobiernos un tanto autoritarios.
Personalmente el candidato M no vale gran cosa, pero tiene la ventaja de que muchos de los hombres que en el pasado gobernaron ya no son nada en el horizonte político mexicano ("cartuchos quemados", diría en su peculiar lenguaje).
El candidato M está orgulloso de su militancia tricolor, pues está seguro de que la enseña patria pertenece a él por derecho y a quienes forman su Partido, organización en que logran ponerse de acuerdo para postularlo a la elección presidencial (con todo y las disputas internas que lo corroen) con la creencia de que, el prestigio brindado por llamarse defensores de la independencia y la soberanía, les atraerá los votos suficientes para recuperar el poder y con ello retornar a los modos y costumbres políticas de antaño.
Contragiro:
Pese a sus diferencias, los candidatos C y M tienen algo en común, aparte de que sus Partidos se han entendido más o menos bien en algunos temas de interés nacional: Deben vencer al candidato L y a su Partido.
Quinto giro. Resultados electorales:
Al filo de la medianoche se dan a conocer las cifras obtenidas en las urnas. El ganador es el candidato C, quien obtuvo el 45% de los votos; el segundo lugar es para el candidato L, que alcanza 35% de los sufragios. El candidato M sólo llega a un 15%. Los resultados son inobjetables por la limpieza del proceso, como lo muestra el 5% de boletas anuladas. Con los datos conocidos, sería de suponer que los candidatos perdedores reconocerían el triunfo del contendiente C; pero no.
Contragiro:
El candidato M se deprime y desaparece por completo del escenario público, mientras sus voceros dicen que no estarán conformes hasta que se hayan resuelto todas las impugnaciones.
El candidato L se comporta de manera diferente y de forma inmediata acusa al candidato C de haber cometido fraude electoral, conminando y arengando a sus seguidores a lanzarse a la resistencia civil y consecuentemente a la acción directa para impedir que el candidato ganador se convierta en Presidente.
Los partidarios del candidato L se lanzan a las calles y plazas de las principales ciudades, ante el estupor de los demás ciudadanos que sufragaron libremente y quienes miran como la autoridad es incapaz de contener a la plebe.
El candidato L está orgulloso de sus huestes y los anima para tomar la capital y presionar al Gobierno, a las autoridades electorales, a las judiciales y al Congreso. Los ánimos de la plebe se encienden aún más y asaltan tiendas, centros comerciales y casas habitación de familias acomodadas, mientras que la fuerza pública capitalina obedece a los amigos del candidato L poniéndose al lado de los amotinados, contribuyendo a la violencia y los saqueos.
El Gobierno cede ante la fuerza de los hechos y el candidato C renuncia públicamente a su triunfo; pero el Congreso, más asustado aún, declara la nulidad de la elección y establece que el verdadero ganador fue el candidato L, quien recibe la constancia que lo acredita como el próximo Presidente de México.
Giro final:
Al llegar a estas líneas quizás desee terminar ya con este ejercicio imaginario (propuesto por el abogado e historiador mexicano José Manuel Villalpando) y vamos a hacerlo. Por si llegó a pensarlo, sepa que no estamos hablando del año 2006 y que no nos referíamos a López Obrador, Madrazo Pintado ni Creel Miranda (derrotado en la interna del PAN por Felipe Calderón, quien ya empató técnicamente al candidato perredista en las encuestas).
Déjeme decirle que estábamos en 1828, que el candidato C era el
General Manuel Gómez Pedraza (Ministro en el Gabinete del Presidente Guadalupe Victoria), el candidato M era el
General Anastasio Bustamante (antiguo trigarante y continuador de la obra del General Agustín de Iturbide) y el candidato L era el
General Vicente Guerrero (predilecto de las clases populares y quien se empeñaba en implantar en México las ideas masónicas norteamericanas).
La trama narrada es absolutamente cierta y se le conoce como "El motín de la Acordada", vía ilegal e ilegítima como Guerrero llegó a la Presidencia de la República, dejando peor al país que cuando asumió el cargo.
Caro lector, ojala que la historia sirva para no repetir errores como el de llevar nuevamente un populista al poder…Hasta el próximo giro del Caleidoscopio.
jolubarf@yahoo.com.mx
21/11/05
Nota 39639