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Columna sin nombre.
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Pablo Jair OrtegaSE PRESUMÍA INOCENTE
Fue en el año 2002 cuando fueron a visitar a
Martín Rojas López en su residencia del municipio de Poza Rica. Era una casa de tres pisos, blanca con muchos detalles azules, como si la casa el arquitecto la hubiese dedicado al mar.
-Una mansión- decía el reportero
- Eso no es una mansión, entiende- le replicaba el acompañante.
- Lo que sea, pero es una casa que no tendrás nunca en tu vida.
Así fue el viaje desde las 5 de la mañana del sur de Veracruz; maletas con cámaras, cables, micrófonos, dinero para las casetas, para comer y la ambición de hacer bussiness, como ya es parte del argot mexicano.
El encargo, a recomendación de un jefe de la Ciudad de México, era que el empresario
Martín Rojas López deseaba dar a conocer "las presiones y chantajes" de las que era objeto por parte de
Raúl Gibb Guerrero , entonces director del diario La Opinión de Poza Rica. Que el conocido editor lo chantajeaba con "falsedades".
Así llegaron los reporteros a una calurosa, soleada y bochornosa Poza Rica. Nadie conocía el camino para llegar, pero como preguntando se llega a Martín Rojas, el vehículo por fin dio con la casa del empresario. De ahí el diálogo al comenzar esta narración.
A los reporteros los recibieron varias personas con cara de pocos amigos. Serios. En apariencia no estaban armados, solamente con cara seria, pero la encomienda era obvia: vigilar lo más malencarado posible
Los introdujeron al interior de la residencia de colores claros. Predominaba igual el blanco y el azul cielo. Sobre repisas de cristal, una colección de platos decorados de diversas partes del mundo, principalmente de Europa. Una foto con un conocido conductor de televisión y varias personalidades del mundo artístico. "Es su compadre", comentó alguien por ahí refiriéndose a la foto de Rojas con el conductor televisivo.
Apareció Martín Rojas y entonces se dispuso de tres cámaras: dos con tripié y una en la mano. Uno de los acompañantes incluso improvisó un teleprompter con hojas tamaño carta y marcador fino negro para escribir parte de lo que Martín Rojas debía decir. Las escenas de la entrevista se repitieron varias veces, porque a Rojas López le ponía nervioso el hecho de que iba a salir en televisión nacional.
Y así dijo que
Raúl Gibb Guerrero era un extorsionador, que se dedicaba a chantajearlo porque así era su negocio, y que no era el único, porque siempre se amedrentaba el diario contra las personas que trabajan y viven honestamente. Sobra decir que era conocido el enfrentamiento del fallecido editor con el "zar de la gasolina", porque desde meses antes de esta improvisada entrevista, La Opinión de Poza Rica daba a conocer de los oscuros negocios de Rojas en el contrabando de combustibles.
Terminada la conversación en la casa de Martín Rojas, ahora la tarea era entrevistar a diversos personajes que supuestamente también habían sufrido de las extorsiones de Raúl Gibb. Los reporteros fueron guiados a diversas propiedades del empresario así como a oficinas de sus socios. Se hicieron entrevistas en una empresa transportista, en el patio de maniobras de éste, y en el estadio de fútbol privado que tenía Martín Rojas, con zoológico incluido. Así se grabaron por lo menos 5 inserts con personajes a los cuales se debía entrevistar.
Luego se decidieron grabar algunas tomas del periódico en cuestión: La Opinión de Poza Rica. "Para vestir la nota", como es conocido en el gremio periodístico.
Antes de salir del petrolero municipio, los reporteros fueron invitados por los amigos de Martín Rojas y éste a un restaurante que hasta donde se supo, era propiedad precisamente del "empresario gasolinera". Ahí se degustó la comida del día, y se recuerdan diversas anécdotas como la del torito de cacahuate y la copa flameada.
En la plática de sobremesa, se conoció al abogado de Martín Rojas. Un señor ya de edad madura, canoso, y con gran elocuencia, quien inmediatamente destacaba como la mano derecha de Martín, y quien brindaba por la notable tarea de los reporteros que habían acudido a demostrar fehacientemente la realidad de Poza Rica: la de un "inocente" empresario gasolinera en contra de un "gangster" del periodismo.
De eso hace ya unos años. Hoy Gibb está muerto, cobardemente asesinado, y sus asesinos siguen impunemente en la libertad. Mientras tanto, Martín Rojas fue extraditado de Houston por delitos fiscales (como Al Capone), y los de la Procuraduría General de la República esperan a que se declare culpable de la muerte del editor periodístico.
Sí, como no.
El torito de cacahuate
Resulta que a pesar del notable buen gusto y cocina internacional del restaurante de Martín Rojas, a la hora de los aperitivos llegó el mesero ofreciendo las copas comunes para la ocasión:
- ¿Algún aperitivo, señor? ¿Algún whisky, cogñac, brandy?
- No, gracias- dijo el encargado del teleprompter… me gustaría más un torito de cacahuate.
- ¿Perdone, señor?
- Sí, un torito de cacahuate.
La extrañeza del mesero fue más allá, al traer a un capitán de meseros para que se entendiera mejor la petición.
- Disculpe, señor… ¿Qué ordena?
- Un torito de cacahuate.
- Perdone, señor… ¿Cómo se prepara eso?
- Pos es un "torito" con cacahuate
Sorprendió mucho la petición del auxiliar de camarógrafo, pero a fin de cuentas, el regañado al final fue el mesero, porque los acompañantes a la mesa le decían que le consiguieran el dichoso "torito" al señor, cosa que al final no se pudo y que tuvo que ser cambiado por una simple agua mineral.
La copa flameada
En otra de esas tantas idas antes de que se descubriera las irregularidades en los negocios de Martín Rojas, resulta que el reportero quería impresionar a la hora de las bebidas. Que no pasara lo mismo que el "torito de cacahuate".
Fue así que consultando con otra persona, se enteró que algo muy bien visto sería una copa de cogñac flameada, la cual ordenó.
El mesero acudió con la copa en la mano y prendió fuego al licor, meneándolo suavemente como si danzara con la flama azul que se desprendía. Esto impresionó mucho a los que estaban en la mesa, y el reportero estaba igual de estupefacto con lo que tenía ante sus ojos. El mesero seguía moviendo la copa.
- ¿Así está bien, señor?
- Un poco más, por favor.
- Señor… es que me estoy quemando.
- ¡Ah! Así está bien entonces.
Sería poco más de un minuto que el licor estuvo encendido, pero al reportero se le ha de haber olvidado, porque así como le pusieron su bebida en la mesa, inmediatamente se lo tomó.
Ya se imaginaran como quedó de escaldado y con la impotencia de no gritar abiertamente que se estaba quemando.
- Para la otra, espérate a que se enfríe.
pablo.jair.ortega@gmail.com
25/04/06
Nota 43405